viernes, 18 de marzo de 2011

Caso psiquiátrico


En algún lugar de la ventana su silbido modulaba frecuencias y direcciones, al tenor de una posible tormenta. Libre, como rara vez, fluía el viento.

“Miré el reloj, 6:30, tragué saliva acumulada, sequé sudor de la frente, apreté bajo mi cuello con las yemas de los dedos. Sentí una ligera presión en el pecho, suficiente. Pasaron algunos minutos y la tensión comenzó. La sola conciencia de que podía ocurrir produjo una sensación similar a la inminencia del vómito. A fin de cuentas, mi cuerpo para él era un desperdicio. Comencé a sentir asco, asco de mí mísmo. Me contuve, tenía que esperar, pero mi cuerpo se aferró a lo contrario. Fue inútill, vencido irrumpí en un llanto efímero. Me levantó hasta la puerta y antes sentí la vibración caótica de la intemperie, salí. Los árboles danzaban, hojas secas y apenas húmedas atravesaron con violencia el paso. Sin saber a dónde me dirigía tropecé con un tronco partido. Caí en un desnivel subsiguiente. La yerba, confundida entre ramas y hojas, era el refugio de un enorme ciempiés, rojizo y amarillo -como el crepúsculo en que viera un mar turbio-. Surgió el animal y me prendió el brazo, con esfuerzo sacudí, cayó luego en mi batín, y se desplazó como si todo el cuerpo estuviese invadido. Sentí la ponzoña, mi ser se entenebreció. Un odio emergente, de vacío sin control, la transubstancia incolora en que la desesperación tiñe horas e instantes, confundieron cuerpo y sentido. El horror me sacó lágrimas ahogadas, llegué al pozo, lo ví. El corazón latía violentamente, perdí el sentido".

La grotesca creatura se retorcía, cuando llegó al charco nadó plácidamente...

No hay comentarios:

Publicar un comentario