domingo, 20 de febrero de 2011

Flor de la montaña.


Me parece difícil decir algo sobre el Ulises de James Joyce, pero la tentación es grande. Supongo que es igual para todos los estudiantes de literatura, sobre todo si han leído la novela. Estaba en primer semestre cuando el maestro Payán mencionó, luego de hacer otras referencias a la literatura universal, el nombre de James Joyce y  su novela, su gran novela. Novela “inmensa”, innovadora, “sin puntos ni comas”, porque “imita la manera en que el pensamiento une las ideas”, o algo así. 
Ahora que he terminado la carrera de letras, puedo decir que he leído el Ulises. Bloomsday tras Bloomsday, la lectura siguió su camino hasta terminarse. Había terminado de leer una novela, llegué ese día pensativo a la biblioteca de filosofía y letras como si no dejara de darle vueltas al libro, había también en mi interior un sentimiento de dispersión, nostalgia o pérdida.  Como si terminar de leer el Ulises fuese una especie de pronóstico de alguna fatalidad, como si me hubiese bebido la vida de un solo trago, no se, es difícil explicarlo y vaya que la novela me dejó con lagunas enormes. Pero aún así me sentía raro. Era un sentimiento de… presagio, como si de pronto tomara conciencia que la carrera estaba ya por terminar, que el amor es más complejo de lo que yo creía y que, por lo mismo, su fin estaba próximo. Y estaba la literatura, que hablaba de tantas cosas, cientos de hojas conteniendo lo que sucede en un día, todo desde el punto de vista de un autor, un autor que intenta hablar del todo o de gran parte del todo, y que lo había leído yo por primera vez en la literatura. De hecho, me pareció que había leído literatura…por primera vez. Lo que quiero decir es que,  en la biblioteca, le comentaba a un amigo -Es que, cómo te digo, esto es la literatura- mientras tomaba el ladrillo blanco de Cátedra. – Esto es la literatura, esto es… ¡Esto es!- insistí sin saber explicarme. Sí, había ya leído el Quijote, pero era yo una persona muy diferente, era un joven de cuarto semestre de letras, y sucedía que no conocía ni de cerca el sentimiento del amor, pero cuando leí el Ulises estaba en una situación muy distinta, esto influyó mucho la manera en que leía, la perspectiva con la que miraba un texto, la verdad es que cuando estás así, todo, todo cambia para siempre. Pues bien, más allá de mi experiencia ante la complejidad inusitada de la novela, lo que me sucedió con ella sucedió al final, en las últimas evocaciones de Molly Bloom, evocaciones que me revelaron un poder, una pluralidad de la vida, los sentimientos, algunos descarnados, otros llenos de ternura, de violencia  profunda del corazón, sensualidad, niñez, y sobre todo soledad, aquella soledad de la muerte que el hombre, aunque quiera no puede, y quizá no debe entender. Creo que esta pluralidad confiere a la mujer una capacidad muy profunda de apropiar el mundo. Mientras el hombre sueña, la mujer está en vigilia, pensando, recordando, a veces LA VERDAD, a veces otra cosa más importante para ella. A veces en algo que simplemente debe ser recordado, ni importante ni pueril, pero fundamental. La verdad es que sigo sin conocer nada, sin entender la última palabra de Molly, la última palabra del libro. Es una palabra hermosa, tan vital...tan incomprensible.

4 comentarios:

  1. Hombre, pues habrá que leer el Ulises.
    Lo comencé una vez, hace ya muchos años, pero era yo muy joven y se me hacía facil, jaja. No tenía la disciplina necesaria, quizá.

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  2. Vaya que sí es una Odisea leerlo, pero waaau es una gran experiencia. Saludos alex!

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  3. Muy buen texto, mi estima'o. Muy sincero.

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